Canción Matutina - Sylvia Plath de "Ariel".
El amor te hechó a andar como un rollizo reloj de oro.
La comadrona te palmeó la planta de los pies, y tu grito calvo
ocupó su lugar entre los elementos.
Tu llegada se agranda en el eco que nuestra voz le hace
Estatua nueva.
En un museo de corrientes de aire, tu desnudez
proyecta sombra en nuestra seguridad. Estamos a tu alrededor,
en blanco como paredes.
No soy más madre tuya
que la nube que destila un espejo en el cual se refleje su propio
demorado
desvanecerse por mano del viento.
Durante toda la noche, tu aliento polilla
titila entre las rosas planas y rojizas. Me despierto a escuchar:
un mar lejano se mueve en mi oído.
Un grito: bajo de la cama a tropezones, pesada como una vaca,
y floral
en mi camisón victoriano.
Abres la boca con limpieza de gato. El rectángulo de la ventana
palidece y se engulle sus estrellas opacas. Y ahora tú ensayas
tu puñado de notas;
como globos se elevan las claras vocales.
La comadrona te palmeó la planta de los pies, y tu grito calvo
ocupó su lugar entre los elementos.
Tu llegada se agranda en el eco que nuestra voz le hace
Estatua nueva.
En un museo de corrientes de aire, tu desnudez
proyecta sombra en nuestra seguridad. Estamos a tu alrededor,
en blanco como paredes.
No soy más madre tuya
que la nube que destila un espejo en el cual se refleje su propio
demorado
desvanecerse por mano del viento.
Durante toda la noche, tu aliento polilla
titila entre las rosas planas y rojizas. Me despierto a escuchar:
un mar lejano se mueve en mi oído.
Un grito: bajo de la cama a tropezones, pesada como una vaca,
y floral
en mi camisón victoriano.
Abres la boca con limpieza de gato. El rectángulo de la ventana
palidece y se engulle sus estrellas opacas. Y ahora tú ensayas
tu puñado de notas;
como globos se elevan las claras vocales.
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