ÁNIMA - de Jose Kozer
Me siento alarmado, la mano al costado, un objeto rapaz (verdinegro)
señala el camino del orín, no sé si en el reflejo de la ventana o en el
vientre: la noche está oscura, confundo significados,
puedo repetir en voz baja algunas palabras (zarco)
(epístola) se me revelan anversos, y el blanco
hospitalario de los cuartos de baño alicatados
me revela sus metales inoxidables, espejos ovalados
(no quepo) la barba en su segundo día (carmelita)
hálito, algunas pomadas, el hamamelis, agua
boricada (amdre) una playa, golondrinos (frotar) las
axilas: alarma el color vino, el tiro del pantalón que
parece buscar (rebuscar) el subsuelo, gabardina o
casimir, mezclilla o dril, oruga no, verme tampoco,
no es gusano de muerte o de seda, hoyo fijo, pantalón
a todas luces, trabillas, portañuela, y a tu oficio: alarma
del aire ennegrecido en la oscuridad total de esta noche,
lo veo rebrillar buscando riberas, pétalos oscurecidos por
el lustre amarillento de la luna requemada por luces de
neón, alarma verdadera la luz fría (externa) de la luna
(me refiero a esta noche: ninguna otra): nada impide la
oscuridad, nadie identifica el color vino en cuanto color
vino ni la potencia en los tobillos de mi madre plantada
de piernas abiertas en la arena de una playa (Guanabo) en
las afueras (1948) de La Habana, nada más necesario que
ella, afincada, una torunda de algodón en rama, tiene
dimensión, fronda, arboleda, la empuña, me frota las axilas,
coloca un emplasto, estoy limpio, estaré curado, buen
puerto, a buen recaudo: no temo. No padezco. La alarma
no es más que un alambique, tropiezos de pies al cruzarse
entre meandros del camino, dunas altas, macaos, más allá
de la luna una efigie, los pies enredárseme con trebejos,
trípodes, un tibor al pie de la cama, búcaros de hojalata,
soy de azófar, de crisolita soy, el crisol me rehace para un
padre para una madre, doy gracias al Altísimo por el estero,
guía de mi mirada: una mesa redonda, dos sillas de curvo
respaldo, el asiento ovalado, la carcoma precisa, ánimo de
un reloj de arena la carcoma precisa, y mi mujer (quizás sin
querer la he alarmado) sus cabellos cortos (sargazo) un corto
brazo en alto (nácar) deposita el pan devenido espiga sobre
la pequeña mesa al fondo del estero, y sirve el café, café
revertido luz a la espera de la pupila de la luz, efímeros,
tras el último buche, su regodeo, reconocer más allá de la
mirada la tajante función de la aurora.
señala el camino del orín, no sé si en el reflejo de la ventana o en el
vientre: la noche está oscura, confundo significados,
puedo repetir en voz baja algunas palabras (zarco)
(epístola) se me revelan anversos, y el blanco
hospitalario de los cuartos de baño alicatados
me revela sus metales inoxidables, espejos ovalados
(no quepo) la barba en su segundo día (carmelita)
hálito, algunas pomadas, el hamamelis, agua
boricada (amdre) una playa, golondrinos (frotar) las
axilas: alarma el color vino, el tiro del pantalón que
parece buscar (rebuscar) el subsuelo, gabardina o
casimir, mezclilla o dril, oruga no, verme tampoco,
no es gusano de muerte o de seda, hoyo fijo, pantalón
a todas luces, trabillas, portañuela, y a tu oficio: alarma
del aire ennegrecido en la oscuridad total de esta noche,
lo veo rebrillar buscando riberas, pétalos oscurecidos por
el lustre amarillento de la luna requemada por luces de
neón, alarma verdadera la luz fría (externa) de la luna
(me refiero a esta noche: ninguna otra): nada impide la
oscuridad, nadie identifica el color vino en cuanto color
vino ni la potencia en los tobillos de mi madre plantada
de piernas abiertas en la arena de una playa (Guanabo) en
las afueras (1948) de La Habana, nada más necesario que
ella, afincada, una torunda de algodón en rama, tiene
dimensión, fronda, arboleda, la empuña, me frota las axilas,
coloca un emplasto, estoy limpio, estaré curado, buen
puerto, a buen recaudo: no temo. No padezco. La alarma
no es más que un alambique, tropiezos de pies al cruzarse
entre meandros del camino, dunas altas, macaos, más allá
de la luna una efigie, los pies enredárseme con trebejos,
trípodes, un tibor al pie de la cama, búcaros de hojalata,
soy de azófar, de crisolita soy, el crisol me rehace para un
padre para una madre, doy gracias al Altísimo por el estero,
guía de mi mirada: una mesa redonda, dos sillas de curvo
respaldo, el asiento ovalado, la carcoma precisa, ánimo de
un reloj de arena la carcoma precisa, y mi mujer (quizás sin
querer la he alarmado) sus cabellos cortos (sargazo) un corto
brazo en alto (nácar) deposita el pan devenido espiga sobre
la pequeña mesa al fondo del estero, y sirve el café, café
revertido luz a la espera de la pupila de la luz, efímeros,
tras el último buche, su regodeo, reconocer más allá de la
mirada la tajante función de la aurora.
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